El concepto del decrecimiento emerge como una respuesta desafiante al enfoque obsesivo de la economía convencional por el crecimiento económico constante. A lo largo de la historia, el crecimiento ha sido considerado el objetivo primordial de las políticas económicas, con la creencia arraigada de que genera beneficios sociales generalizados. No obstante, se hace cada vez más evidente que el modelo productivo actual es la principal causa de los problemas ambientales.
El impacto medioambiental se presenta a través de cuatro mecanismos fundamentales (Recio, 2008):
- empleo de recursos naturales no reproducibles y dados en cantidades fijas (energías no renovables y metales);
- alteración de los ciclos biológicos de las otras especies (sobreexplotación de especies, destrucción de la biodiversidad);
- creación de productos inexistentes en el mundo natural (o alterando su proporción como es el caso del CO2) que este no puede absorber (contaminación, efecto invernadero, destrucción de biotopos);
- ocupación y alteración de los espacios (destrucción de suelo fértil, desertización, compactación…).
Estos aspectos están interrelacionados y se refuerzan mutuamente, lo que hace inadecuado abordar los problemas ambientales de forma aislada.
Aunque se han logrado mejoras en la eficiencia de los procesos productivos, estos avances han sido opacados por el aumento del consumo final. La creciente carga humana sobre el medio natural persiste, desafiando las predicciones de la llamada «curva de Kuznets ambiental», que suponía una disminución de los problemas ambientales con el crecimiento económico.
El debate sobre el decrecimiento apunta a la necesidad de un cambio esencial en la lógica económica, escapando de un crecimiento voraz y depredador de recursos para avanzar hacia una actividad verdaderamente sostenible. Sin embargo, este concepto puede ser demasiado abstracto y simplista si no se consideran cuidadosamente los factores que influyen en el desarrollo económico.
Las líneas de acción para reducir el impacto ambiental involucran la disminución del volumen de población, la reducción del consumo y la mejora en la eficiencia de los recursos. Sin embargo, esto plantea desafíos éticos y prácticos, incluyendo cambios en las formas de consumo y la complejidad técnica que implica la adopción de soluciones de compromiso.
El concepto de decrecimiento puede parecer restringido, similar a formulaciones teóricas neoclásicas. Además, la atención unilateral al decrecimiento puede ser ineficaz sin considerar la dimensión mundial y las desigualdades existentes entre sociedades, lo que requiere un reequilibrio global que permita a todas las regiones alcanzar un nivel básico de bienestar.
Se destaca la necesidad de no obsesionarse con el Producto Interno Bruto (PIB) como medida principal de progreso, priorizando la reducción efectiva de los impactos ambientales y la satisfacción de necesidades esenciales. Se señala también que las propuestas ecológicas deben considerar no solo cambios en hábitos de consumo y tecnologías, sino también aspectos socio-organizativos y comportamientos individuales.
El desafío del decrecimiento reside en ser más que un concepto abstracto; necesita una profundización en su implementación práctica y un enfoque integral que abarque tanto aspectos económicos como sociales y ambientales para lograr un cambio genuino hacia la sostenibilidad.
El crecimiento económico, ese motor omnipresente en nuestra sociedad, no arranca únicamente de los hábitos de consumo individual, sino que se enraíza profundamente en la estructura socioeconómica, con el capitalismo como base. Las empresas, ejes de esta organización, concentran un poder colosal, impulsadas por la lógica del crecimiento como garantía de su permanencia y poder social. La historia ha enseñado a reformistas y neoliberales la peligrosa fragilidad de un sistema quebrantado, reflejándose en el colapso generalizado cuando el crecimiento se frena.
La apuesta por el crecimiento es un consenso social, una vía para evitar conflictos y distribuir, aunque mínimamente, las riquezas en una sociedad en expansión. Sin embargo, el decrecimiento genera tensiones y conflictos, visibles en organizaciones que desvanecen su influencia. Ejemplos como los desafíos de la sequía en Cataluña son laboratorios que evidencian la falta de respuestas sociales ante crisis ecológicas.
La influencia del capitalismo se extiende más allá de la esfera política y económica, permeando nuestros patrones de consumo, nuestra movilidad y nuestras relaciones personales. Nuestra capacidad de elección se ve limitada por sistemas preestablecidos, como en la movilidad, donde la ubicación geográfica y laboral restringe nuestras opciones. Cambiar estos patrones requiere transformaciones estructurales profundas, no solo individuales.
Las dinámicas demográficas también se ven moldeadas por las relaciones sociales y la predominancia histórica del patriarcado, si bien la crisis de este último ha impulsado cambios en la demografía. Los países que han logrado contener el crecimiento poblacional hoy fomentan el natalismo, mientras que aquellos que han fracasado se encuentran atrapados en la imposibilidad de realizar reformas sociales que podrían disminuirlo.
La conciencia ecologista, en gran parte, se debe al trabajo científico, aunque adolece de una reflexión social suficiente. Las propuestas para abordar la crisis ecológica oscilan entre medidas liberales y alternativas desmercantilizadas, pero ninguna parece ofrecer una solución completa.
Abordar el decrecimiento implica enfrentar aspectos socio-institucionales que subyacen a nuestros problemas ambientales. Se precisa una reevaluación de las estructuras económicas y sociales que rigen nuestras actividades, así como procesos de transición hacia un mundo sostenible y deseable.
Desde un enfoque global, se destacan tres áreas críticas que requieren atención urgente. En primer lugar, la naturaleza sistémica de nuestros comportamientos de consumo demanda medidas coherentes que desafíen las resistencias y contradicciones arraigadas en las propuestas de cambio.
En segundo lugar, reducir ciertas actividades conlleva afectaciones en la vida cotidiana de muchas personas, exigiendo alternativas viables. La transición laboral y la garantía de ingresos por abandono de actividades laborales son elementos clave, pero su aplicación efectiva depende de instituciones bien configuradas y políticas sólidas.
Finalmente, la transformación del núcleo de organización económica, las empresas, es fundamental. La fragmentación en microempresas no es una solución viable, dado que resurge la pulsión de crecimiento. Se necesita un modelo de empresa diferente, orientado no solo al beneficio económico sino también al bienestar social y ambiental.
En resumen, abordar el decrecimiento requiere no solo medidas puntuales, sino una reevaluación profunda de nuestros sistemas socioeconómicos, una reorganización a escala global y una redefinición de las instituciones que nos guiarán hacia un futuro sostenible.
RECIO, A. (2008). Apuntes sobre la economía y la política del decrecimiento. UAB
JACOBS, M. (1996), La economía verde: medio ambiente, desarrollo y políticas del futuro. Icaria FUHEM, Barcelona
KALECKI, M. (1979), Aspectos políticos del pleno empleo en M. Kalecki, Sobre el capitalismo contemporáneo, Ed. Critica,Barcelona
KAPP, W.F. (1964). Los costes sociales de la empresa. Oikos Tau, Vilassar de Mar. Hay nueva versión reducida en Ediciones la Catarata, Madrid 2006.
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