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Marcas, medios y el desafío de las fake news

“Una mentira puede darle la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse los zapatos.” Esta frase, atribuida a Mark Twain, nunca ha sido tan cierta como en nuestra era digital. La desinformación es el ruido de fondo constante que define el presente: un fenómeno global que pone en jaque no solo a las democracias, sino también a las empresas, los medios y la confianza social.

Según Hannah Arendt, la política se construye sobre la capacidad de distinguir la verdad de la mentira; sin este fundamento, el diálogo público pierde su sentido. En este escenario, los medios y las marcas están llamados a liderar la lucha contra la desinformación, no como espectadores pasivos, sino como actores conscientes de su impacto.

Medios: entre la verdad y los clics

Los medios de comunicación han sido históricamente los guardianes de la información, pero hoy se enfrentan a un dilema ético: ¿priorizar la calidad o sucumbir a la economía de la atención? Según estudios de McChesney y Nichols, el colapso del modelo publicitario tradicional ha empujado a muchos medios a depender de métricas como los clics y las visualizaciones. Esto no solo favorece titulares sensacionalistas, sino que amplifica el problema de la desinformación.

La solución, sin embargo, no se limita a herramientas tecnológicas como los algoritmos de verificación en tiempo real. Se requiere un cambio cultural: transparencia en las fuentes, mayor compromiso con la investigación y, sobre todo, un replanteamiento de cómo se define el éxito en el periodismo.

Marcas: agentes inesperados del cambio

¿Qué tiene que ver una marca de ropa o un gigante tecnológico con la verdad? Más de lo que imaginas. En un mundo hiperconectado, las marcas no son solo vendedoras de productos; son creadoras de narrativas. Cada tuit, cada campaña y cada acción corporativa comunica valores.

Un caso emblemático es el de Dove, que ha desarrollado programas educativos para enseñar a jóvenes a identificar contenido manipulado en redes sociales. Esto va más allá del marketing: es un ejemplo de cómo las empresas pueden posicionarse como actores éticos en un ecosistema que necesita desesperadamente liderazgos responsables.

Sin embargo, no todas las marcas están alineadas con esta visión. Es aquí donde entra la filosofía: ¿pueden las empresas actuar conforme a principios éticos sin renunciar a la rentabilidad? Peter Drucker, considerado el padre de la gestión moderna, argumentaba que la clave del éxito empresarial no radica en maximizar las ganancias a corto plazo, sino en generar valor sostenible.

La responsabilidad individual: alfabetización mediática

Por último, aunque medios y marcas tienen un rol crucial, la responsabilidad también recae en los individuos. La filósofa Martha Nussbaum destaca la importancia de una ciudadanía crítica capaz de analizar, cuestionar y discernir. Solo con esta alfabetización mediática podemos aspirar a un entorno informativo más saludable.

Desde Folks, creemos que la intersección entre ética, filosofía y estrategia empresarial no es un lujo, sino una necesidad.

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